El Yo que observa.


Un ejercicio muy útil y sencillo para cuando nos sintamos presa del dolor emocional.
Ahí va.
Se trata de delimitar e identificar dos partes en nosotros mismos: el Yo que vive y el Yo que observa.

El Yo que vive no puede observarse a sí mismo: se limita a actuar desprovisto de autocontrol y valoración objetivos.

El Yo que observa ve desde afuera esas vivencias, y puede calibrarlas de manera objetiva y sanadora.

Suena exótico y raro, pero sólo en tanto que se trata de algo infrecuente en nuestra cultura. Por norma general, solemos vivir nuestras emociones desde nosotros mismos, sin levantar la vista del suelo y unidireccionados por una suerte de “orejeras espirituales”. La vista clavada ora en el suelo, ora enfrente nuestro, pero desprovistos de una visión periférica -y más aún distancial- respecto a nosotros mismos, a nuestra propia vida.
Nuestro Yo observador es una suerte de voz y guía interno que nos ayuda a ser conscientes de nuestro sufrimiento emocional, y de su verdadero alcance. Quienes practiquen reiki y hayan experimentado “salidas del cuerpo” entenderán este concepto, pero no es necesario llegar a esos “niveles” de experimentación energética y espiritual para encontrar a nuestro Yo observador y entender su mensaje. Una vez más, la propia mente es nuestra gran aliada en este sencillo ejercicio de sanación.
Consideraos a vosotros mismos observados a distancia por vosotros mismos. De entrada, estaréis fuera del alcance de vuestro particular vórtice negativo. Veréis a vuestro ego y veréis a vuestra personalidad externa como un envase de vuestra alma grotescamente deformado. Y viendo los males que os afligen, os sentiréis no ridículos, pero sí enternecidos por los males que os afligen y por vuestra necesidad de sanación. Una sanación que está tan lejana para el Yo que vive, como próxima para el Yo que observa…
Y os daréis cuenta de que todo va bien. No en vano ese Yo observador que habita en nuestro interior atesora el secreto de nuestra armonía interna. Él es el más cualificado para advertir nuestra inarmonía externa: la de nuestras emociones, la de nuestras ideas y conceptos, la de nuestras decisiones…
Y advertiréis que, aunque tengáis asuntos problemáticos que resolver, el simple hecho de estar vivos y de poder estar ahí, en el Mundo, dispuestos a trabajar por la sanación de vuestra vida, es ya un regalo en sí mismo.
Habrá quien aprenda con este ejercicio que no necesita rodearse de bienes materiales para ser feliz en tanto que reconocido socialmente, y que las orejeras del auto o de la torre no merecen arrastrar el pesado carro de la hipoteca… Habrá quien resuelva al fin el desamor que tanto le pesa, advirtiendo que el amor es cosa de dos y que, si el otro no quiere, es mejor pasar página y guardar las buenas experiencias vividas juntos… Habrá quien entienda que la muerte de un ser querido es Ley de Vida, y que debemos resurgir de nuestro dolor para alentar su recuerdo y pedir por el bienestar de su alma, evocando y agradeciendo los bienes que ese ser humano nos reportó en vida…
Quizás todo quede resumido en esta máxima: el Yo que observa enseña al Yo que vive el significado de amarse a uno mismo, y esa es la base obligatoria para amar a los demás.
¿No os sirve? Ampliad entonces la altura de vuestro Yo que observa y visualizad, por ejemplo, a los niños de Somalia que ahora, mientras leéis estas palabras, están muriendo de sed y hambre; y a sus padres, impotentes en la dramática experiencia de ver morir a sus hijos entre sus propios brazos, o abandonados en la linde de un camino polvoriento cualesquiera… Alguno dirá que “Mal de muchos, consuelo de pocos”, pero esa máxima es un arma cargada por el mismísimo diablo.

Odio y sufrimiento emocional.


Si no sientes amor en tu interior, si no sientes una suave alegría en cada momento de tu vida, ten por seguro que hay algo que no te anda del todo bien. Quizás tu estado psicoemocional te está llevando a sentir odio hacia alguien que te ha hecho algún mal, y esa actitud tuya será todo lo comprensible que se quiera a la luz de nuestro estilo de vida, pero en ningún caso es justificable.
Desde nuestra condición homínida, el odio y la agresividad juegan un importante rol de supervivencia, pero se trata de un mecanismo de respuesta tan limitado que no nos merece, pues por nuestra condición de seres humanos somos mucho más que eso.
Sentir odio hacia quien nos ha hecho mal sólo nos lleva a sufrir mientras odiamos, pues con nuestra respuesta perpetuamos y aumentamos nuestro daño recibido. El odio es una de las peores formas de autocastigo. Cuando sentimos odio hacia otro somos nosotros los que estamos sufriendo. Creemos castigar con nuestro odio a quien odiamos, pero en realidad nos castigamos a nosotros mismos.
Tomemos en consideración una frase muy conocida en nuestra cultura occidental: “poner la otra mejilla”. Todos sabemos que es una máxima cristiana, que no católica, y muchos serán quienes a la vista de realidades como el Vaticano o la hipocresía de la doble moral católica la descalifiquen. No es el caso hacerlo. Aquí queremos únicamente aclarar el significado de ese mensaje. Más allá de su sentido estrictamente físico, “poner la otra mejilla” supone mostrar el otro plano emocional como respuesta a una agresión externa. No el del odio, sino el otro: el del bienestar. Si alguien me provoca, si alguien me ofende, me ataca, me insulta, me engaña, yo elegiré mantener mi bienestar interior, mi equilibrio emocional.
Dejar de odiar es sencillo. Propongo un sencillo ejercicio de reflexión y condicionamiento mental en tres fases. Sirve para detener el odio, pero es aplicable a cualquier otro tipo de sufrimiento emocional.
1) Observarnos a nosotros mismos a distancia para observar así el odio que estamos destilando. Darnos cuenta de que odiamos.
2) Escoger libre y decididamente dejar de odiar, sabiendo que esa actitud será beneficiosa para nuestra vida.
3) Desterrar toda justificación contraria. No pensar que es difícil, no pensar que es imposible, no pensar que no seremos capaces de hacerlo.
En realidad, no es menester avanzar por el tortuoso camino de la Iluminación para llegar a dominar estas técnicas de autosanación. Basta con aplicar un control mental mínimo y seremos capaces de eliminar nuestra dependencia emocional de toda aquella situación cotidiana que nos genere dolor y sufrimiento. El poder de la mente es mucho. Aliada con el alma, es aún mayor. Basta con controlar nuestra mente y hacerla transitar por determinados cauces espirituales para lograr un control y un desarrollo de nuestro universo emocional.

La Ley de Atracción.


Todo pensamiento vibra. Todo pensamiento irradia una señal. Todo pensamiento atrae una señal que se corresponde con él.
Todo pensamiento humano es una forma de onda energética y, como tal, vibra de un determinado modo, hasta el punto de ser captable incluso más allá de su estricta verbalización, y de ser respondido por otra señal emitida por otro ser humano que, por norma general, se corresponderá con la nuestra.
Hablamos de la denominada “Ley de Atracción”.
La Ley de la Atracción postula que “Todo lo que se asemeja entre sí, se atrae entre sí”. Es decir: que todas aquellas energías vibracionales de pensamiento que concuerden entre sí, tenderán a reunirse. Por decirlo de algún modo: piensa en verde y serás captado y respondido por quien piense en verde, tú mismo incluido.
Ese “pensar en verde” representa tu “Punto de Atracción”.
Tu Punto de Atracción, representado por cualquier realidad de la vida a la que prestes tu atención, te llevará a emitir una vibración energética de pensamiento sintonizada con esa realidad. Como si sintonizases un aparato de radio en la frecuencia que emita lo que deseas experimentar. Si tu interés se decanta por la música blues, por ejemplo, sintonizarás la frecuencia de aquella emisora que emita música blues. O noticias. O deportes. O cualquier otra realidad mundana.
Sustituye “blues” o “deportes” por “amor” o “estabilidad económica”. O por “desesperación” o “angustia”. Por lo que tú desees. En cualquier caso, ese aparato de radio eres tú. Tu mente. Y las personas con las que te relacionas desde tu “emisora personal”, tus oyentes. Seguirán tu emisora, y llamarán a ella para interactuar contigo en tu misma onda vibratoria de emisión.
Según la Ley de la Atracción, pues, atraes hacia ti la esencia de lo que ocupa tu pensamiento, por lo que tu experiencia vital cotidiana reflejará fielmente lo que tengas en la cabeza, que no será necesariamente lo que guardes en tu alma.
La clave para atraer hacia tu experiencia vital aquello que deseas es simple: basta con alcanzar una armonía vibratoria con lo que deseas en tu vida. Si piensas ante todo en lo que no deseas, y más aún si lo que no deseas es lo que estás viviendo, tu experiencia vital reflejará aquello que rechazas y/o vives y se estancará en ello. En lo que te hace daño. Emitirás tu dolor, emitirás tus miserias, y te perpetuarás en este estado…
Y aún peor: atraerás de los demás el mismo estado. O se aprovecharán de ti, de tu estado de debilidad.
¿Cómo cambiar esto? Siguiendo a tus emociones. Ellas son un excepcional sistema de guía para mejorar tu vida. Si eres consciente de ellas, sabrás delimitar el alcance de lo que no quieres en tu vida, y bastará entonces con “mirar al otro lado” de tus males. Como si tu misma vida fuese una moneda. En uno de sus lados está tu onda vibratoria negativa. Supón que estás viviendo encarado al lado negativo de esa moneda. Y que en el otro está la parte positiva. Dále la vuelta mentalmente y observa qué hay.
Presta atención no a lo que va mal en tu vida, sino a lo que deseas que vaya bien en ella. Si prestas atención a lo que sientes y lo que sientes es negativo, estás perdido. Si prestas atención a lo que necesitas para ser feliz y a lo que sentirías siendo feliz, entrarás en la onda de tus necesidades cubiertas. Haz entonces que tus pensamientos se bañen en esas limpias aguas, y verás lo que sucede. En primer lugar, habrás logrado conectar con tu deseo a nivel anímico, en lugar de con su ausencia. Pasa entonces al nivel mental. Cuando tus pensamientos compartan el nivel vibratorio de tu deseo, empezarás a sentirte realmente bien. Por el contrario, si te limitas a vivir en tus vibraciones negativas, nunca superarás la ausencia de lo deseado y seguirás anclado en la frustración, en el desánimo, en la depresión, en el pesimismo…
Piensa ahora en el “ello” que precisa tu vida seca, tu vida triste, tu vida transida de dolor y frustración… Cuanto más piensas en ese “ello”, más vibras con y como ese “ello”; hasta que paulatinamente lo haces tuyo, lo incorporas a tu esencia, te fundes en él y lo atraes hacia ti, hacia tu cotidiana realidad. No hay explosiones, no hay iluminaciones, no hay misticismos… No tiene porqué haberlos. Hay un proceso de cambio natural y firme, muy sólido. Sencillamente, estás conectando con tu Luz interior paras iluminar aquél “ello” que habita en ti, aunque sólo sea al principio como simple y llano deseo atesorado por la naturaleza de tu alma humana.
El deseo es muy poderoso. Si deseas algo que no tienes y toda tu atención mental se centra en el hecho de que no lo tienes, seguirás sin obtener lo que deseas, pues la Ley de Atracción seguirá actuando según la vibración (negativa) del hecho de no tenerlo. Ese deseo se hará realidad a medida que cambies tu vibración, pues tu nueva vibración atraerá nuevas realidades. Sencillamente, harás que tu vibración y tu realidad coincidan. Serás tú mismo quien propicie tu realidad a través de tu pensamiento. Sólo tienes que bucear en tu alma en busca de tu vibración clara, limpia, positiva. Todos la tenemos. Tú la tienes. Ancla luego tu pensamiento a esa realidad deseada que anida en tu alma y sigue viviendo tu vida. No ocurrirá en ella nada que tú mismo no hayas propiciado a través de tu pensamiento.
Piénsalo. “Lo semejante se atrae”. Para obtener lo que deseas, la vibración de tu ser debe corresponderse con la vibración de tu deseo. Tus deseos deben vibrar al unísono con tus pensamientos, con tus creencias… Con tu energía mental. Y ésta debe primero depurarse de todo lo negativo, y para ello sólo es preciso conectarla con tu alma. La mente habita entre tu ser y tu alma. Tu alma desea lo mejor para tu ser. Hazlos conectar a través de la mente y verás cómo cambia todo a mejor.
Un último apunte, este sobre las vibraciones.
Todo vibra, ese es el principio máximo de nuestra existencia. Vibra el Universo entero, y vibramos todos y cada uno de nosotros. No intentemos entenderlo, es algo que supera a nuestra capacidad homínida. Busquemos sólo fundirnos a ello: actuar así es propio de nuestra capacidad humana. Esa armonía inexplicable que rige el Cosmos es extensible a nuestras vidas, pues nosotros formamos parte de él. Incluso de cualquier choque entre elementos del espacio surge un nuevo orden y armonía. Lo mismo sucede en nuestras vidas. Nosotros somos seres vivos y pensantes, y podemos variar nuestra onda vibracional y evitar así el choque, el caos y la destrucción, o superarlo si se produce, generando una nueva armonía después del colapso.
Basta para ello con atender a nuestra energía anímica, fuente y producto de Vida y Amor, teñir de ella nuestra mente, y seguir adelante con la emoción que otorga el hecho de estar vivos.
¡Inasequibles al desaliento!

El poder del poder.


En nuestra sociedad actual, uno de los valores más en boga es el de la adquisición de poder. A más poder ostente un ser humano, más bienes materiales podrá adquirir. Y esos bienes materiales, hoy en día y aquí en nuestro mundo, suponen más felicidad y autorrealización. Como importa más el tener que el ser, y como se es según se tenga, si queremos ser valorados necesitamos adquirir más poder, pues cuanto más poder tengamos, más bienes materiales podremos obtener, así como más valoración propia y ajena. Nuestra ascensión a las altas cumbres de la valoración social vía materia poseída parece, pues, no tener freno.
Y es que en España (vamos: en occidente en general) hemos convertido la riqueza material en objetivo “por derecho” de nuestro inviolable derecho a la libertad. Entendemos por libertad la ausencia de obstáculos para cumplir nuestros deseos individuales y ser felices. Y como somos libres para ser felices, ¡ya está la confusión servida! De quien la felicidad dependa de “poseer poder para poseer bienes materiales”, no podemos afirmar que luche por su (inviolable) libertad, sino que por su (punible) deseo de mayor poder, caiga quien caiga y sufra quien sufra.
Así las cosas, muchos de quienes se dedican hoy día a la política proclaman estar propulsados hacia el poder por el motor de servir al beneficio colectivo desde las instituciones del Estado democrático. Pero al parecer, y visto lo visto, una vez obtenido ese poder, el ya dirigente no se preocupa tanto por el bien de la polis como por el bien de su ego. Y su ego habita en su bolsillo. En su cartera. En sus cuentas corrientes.
Así explicaríamos, por ejemplo, que cierto ex ministro vetase la compra de nuestra eléctrica Endesa por parte del grupo alemán Eon en aras del bien común de los españoles, y que a los pocos días se ultimase su adquisición por parte del grupo italiano Enel… ¡en donde trabaja ahora como asesor con un sustancioso sueldo de 10000 euros mensuales!
Esto es “un ejemplo más” de la aplicación de este razonamiento: “Tengo libertad para obtener mi riqueza material, fuente de mi felicidad; tengo poder para obtener esa riqueza material. Puedo, pues, ser feliz. Y los demás, ¡que se j…!”.
Traigo a colación a este individuo por sorteo a mano ciega entre una lista de 25 candidatos a arquetipos de prohombre político del siglo XXI. Si vieseis la lista… El que no es ladrón es lerdo, o ambas cosas a la vez. Pero en fin… Los ejemplos de esta absurda carrera por el poder por parte de políticos al servicio de la comunidad son muchos. El salario mínimo interprofesional está ahora en 624 euros mensuales, y para jubilarse con el 100% de la pensión cabe cotizar un total de 35 años… Un diputado, en cambio, y en aras del poder que ostenta, percibe mensualmente 3.996 euros, y con dietas y otras mandangas alcanza los 6500 euros al mes. ¡Y le bastan 7 años cotizados en el cargo para cobrar la pensión completa!
Bien. ¿Y por qué lo permitimos?
Como lo importante en política parece ser más la apariencia que el resultado, más el continente que el contenido, y como es tanto el valor de la imagen pública de un dirigente político, ésta se convierte en salvaguarda de quien la ostenta, a despecho del valor intrínseco y real de su actuación como hombre público. Una vez más, respetamos a quien ostenta el poder más por su imagen que por sus resultados en el ejercicio de dicho poder.
Y es que repito: el valor de un ser humano ya no es un atributo intrínseco que se posee por el mero hecho de ser, sino que por el de tener. Hemos así perdido la dignidad de ser, extraviada en las veleidades del mercado de valores… No en vano quienes han salido a la calle a protestar por la situación económica del país se autodenominan “indignados”. Han perdido su dignidad como ciudadanos, y no están (estamos, de hecho) conformes. E indignados están muchos millones de conciudadanos, aunque no salgan a la calle ni peinen rastas.
En resumen: fama, dinero, influencia… Ese es el objetivo de quienes creen que, sin poder, no somos nada. Sólo el poder les aporta la seguridad que tanto anhelan como seres humanos: el poder del dinero.
Sustentar la búsqueda de la felicidad sobre el dinero, la riqueza y el poder genera frustración. No a bote pronto, quizás, entre quienes ya son ricos a costa de la masa social, pero sí desde luego en esta.
Desde el Tarot Evolutivo aportamos nuestro granito de arena para, al menos en lo espiritual, cubrir los vacíos existenciales a que nos aboca nuestro (absurdo) sistema de vida.
¡Estamos en ello!

El apego.


Si buceásemos en las profundas aguas de nuestra realidad egoica buscando los motivos de nuestros sufrimientos, encontraríamos uno muy principal: el apego. Un estado psicoemocional que nos impele a vincularnos compulsivamente con una realidad determinada, en la creencia de que sin vivir en esa realidad, no nos es posible lograr la Felicidad.
Así, nuestra propia mente nos dice: “No puedes ser feliz si no tienes esto o lo otro”; “si tal persona no te ama”; “si no tienes un trabajo seguro”; “si no tienes dinero”; “si estás solo”; “si los otros actúan así o asá contigo…”.
“No puedes ser feliz si....”.
Muchos de mis consultantes llaman angustiados por sus dificultades en disolver sus apegos a realidades amorosas positivas, pero que ya no existen como tales en sus vidas… Una incapacidad que les atrapa en un estancamiento doloroso e insatisfactorio. A mi Tarot llegan muchas personas que, buscando el Amor, intentan recuperarlo en brazos de antiguos amantes. Guiados por el apego a un esquema relacional que antaño fue válido, buscan recuperar el amor perdido con una persona del pasado.
Y su mente les dice: “Fuiste feliz estando con XXX… ¡Recupéralo!”.
Sus dificultades empiezan a desaparecer cuando mis Arcanos les indican que, para avanzar en su vida, deben “soltar lastre” y deshacerse de lo viejo, logrando así liberarse de los males que su enganche a cualquier realidad ya caduca les reporta. ¡Cuando nuestra realidad cambia, sólo quien es capaz de dejar atrás lo viejo no se queda rezagado en la senda hacia la Autorrealización y Felicidad más absolutas!
En contra de lo que nuestra cultura nos enseña, nuestra vida no se organiza en estructuras estáticas y permanentes, sino que se compone de ciclos evolutivos. ¿De fracaso y de éxito? Desde luego. Pero a un nivel más profundo y equilibrado, aquí hablamos de ciclos de aprendizaje. Es un proceso tan natural como inexorable.
Cuando uno de esos ciclos se completa y todo lo construido en él se derrumba, nuestro ser más íntimo se fragmenta en una difícil dualidad: de un lado lo que tenemos, de otro lo que deseamos tener (esto es, lo que tuvimos y queremos seguir teniendo). Se rompe nuestra relación de pareja, perdemos un trabajo, pasamos una crisis cualesquiera y nos fragmentamos en lo más íntimo, cayendo en un estado de dolor y angustia, insatisfacción y miedo…
Diréis: “Es lógico. Es natural”. Y sí, pero…
Pero la mente, a caballo del apego, nos hace incapaces de asumir la pérdida y nuestra vida se convierte en una desesperante zozobra. Esa fragmentación del ser íntimo puede ser reconducida hacia la recuperación de la unidad de nuestro ser. Si algo bueno se acaba, podemos tener fe en buscar algo mejor, pues mejores seremos nosotros mismos una vez aceptada la pérdida, digerida y superada en clave de Luz.
¿Cómo hacerlo? Aprendiendo a reconocer la lección evolutiva que cada lance vital nos determina. El poder de nuestra mente nos aporta la sabiduría necesaria para aprender una nueva lección de nuestro “fracaso” y seguir adelante mejorados y sin mirar atrás. El poder de nuestra alma nos aporta la Luz necesaria para sanar las heridas del ego producidas por el “fracaso” que nos supone el derrumbe de nuestra estructura vital y, a través del perdón compasivo a uno mismo y a los implicados en el “fracaso”, seguir adelante mejorados y sin mirar atrás. Sin acritud ni odios. Sin rencor ni rencillas para con nadie, incluidos nosotros mismos. Cortar los lazos del pasado y limpiar sus efectos negativos en cuerpo, mente y alma...
Para ser nosotros mismos los redactores de nuestro destino, pues, es preciso aplicar un control mental que nos permita eliminar toda aquella dependencia emocional causante de dolor y frustración, limpiando nuestra alma de oscuridad y desbloqueando su Luz natural originaria, que no es otra que la Luz del Amor. De no contar con ese control mental, nuestra conducta y reactividad emocional dependerá de que “cumplamos” con el modelo de vida al que permanecemos anclados a través del apego.
¡Nosotros mismos, desde el descontrol de nuestra mente, podemos llegar a ser nuestros peores enemigos!
Piensa esto: si vives adscrito al apego, la infelicidad estará en ti, la llevarás dentro y la alimentarás tú. Tu mente está programada para generarla a través del apego. Puedes ser esclavo de tus propias creencias, te tiranizan porque consideras lógico y “normal” pensar así (incluso “natural”), y vivir desde esos pensamientos negativos. Preocupaciones, ataduras, miedos, inseguridades, sentimientos de culpa… Toda esa maleza conceptual recubre el muro que tu propia mente ha levantado entre tú y la Felicidad, y te impide verlo.
Ese muro es el apego.
Derriba ese muro. Siempre hay algo que aprender. Siempre hay una razón positiva para cada una de las situaciones de nuestra vida. Y ninguna realidad es inmutable. Ni siquiera nosotros mismos lo somos. Podemos realizar un trabajo consciente y ordenado que nos lleve a liberarnos de las ataduras del pasado y así, ligeros de equipaje, continuar nuestro viaje por la vida en pos de un nuevo amanecer.
¡Y decidir así si vamos o no a ser felices!

¡Un humano que triunfa!


Hoy he recibido a un nuevo consultante atrapado en una realidad que le insatisface. Un hombre digamos llamado Francisco. Llamaba desde Vitoria, por ejemplo. Esposa, descendencia… Homosexual atrapado en una elección errónea… Llamó muy angustiado: conoció a un hombre que ha supuesto la llave necesaria para abrir su particular Caja de Pandora. Pero ese hombre ha desaparecido de su vida, asustado por el estallido de amor de Francisco…
Francisco: mi Tarot Evolutivo te dice que tus pensamientos son capaces de adquirir forma física, de hacerse realidad. Sólo necesitas aunar a la potencia de tu mente la potencia de tu alma, la energía más íntima y pura a disposición de nuestra especie.
Y esa energía no es otra que el amor. Sólo el amor es terapéutico, pues todo lo que genera dolor en el ser humano, todo lo erróneo en nuestra vida, viene de la falta de amor. Así como el alimento es necesario para el cuerpo físico, el amor es imprescindible para el cuerpo emocional. ¡Para el alma! El cuerpo no puede sobrevivir sin alimento; el alma no puede sobrevivir sin amor. Sin amor, o en un amor equivocado, falso, caduco, muerto, la energía se bloquea, y la propia vida cotidiana (la que llamamos “normal”) se convierte en un obstáculo para la vida más auténtica y real (la que llamamos “utopía”).
En nuestra cultura, del alma sólo nos acordamos en el umbral de nuestra muerte física. Y, en cambio, no nos damos cuenta de que el alma sirve para el amor, pues nace del amor y para el amor. No desde luego para el amor físico, para el estrictamente sexual. El sexo a secas es la forma vibracional más baja del amor: un simple contacto físico de raíz homínida. Una relación simplemente sexual, sin amor, sin intercambio de energía anímica, induce a un sentimiento de culpabilidad, por más que nuestros actuales arquetipos nos hurten a su alcance en aras de conceptos en boga hoy día como “hedonismo”, “libertad sexual” o “revolución sexual”. Y no hablo así porque lo diga nuestra extraviada Iglesia Católica o cualquiera otra igual de perdida que ella, sino porque en ese tipo de encuentros, toda la potencia espiritual humana queda relegada, fuera de juego. Como si en ellos te redujeras a ti y a tu pareja a una simple “cosa” que usas y desechas.
¿Y cuál es su forma vibracional más alta? La compasión. El sentimiento de conmiseración que se tiene hacia quienes sufren penalidades o desgracias. Una suerte de solidaridad activa para con aquellos que sufren, incluidos cada uno de nosotros mismos. Amar al prójimo como a uno mismo. Amarse a uno mismo como al prójimo.
(¿Os imagináis por un momento si la poderosa energía del inconsciente colectivo fluyera al unísono por el cauce de la compasión? El mundo entero se convertiría entonces en un paraíso de amor generado por un auténtico acto de fe: el de convertirnos en una única fuerza curativa, capaz de acabar con toda la miseria de este mundo).
El amor, por su parte, se sitúa a medio camino del sexo y de la compasión. Se trata de la mezcla perfecta de la energía física con la espiritual. Pues si hay amor, entonces hay gratitud. Hay entrega. Hay respeto. Hay magia. Sabes que tu acompañante tiene un alma, y compartes la tuya con la suya. Ahora bien: dar implica recibir, y ese es tu gran riesgo ahora, querido Francisco. Si tu amante, ese que te ha impulsado definitivamente a reconciliarte con tu homosexualidad y a luchar por ella, a vivirla al fin en todo su magnífico esplendor amoroso (que no simplemente sexual), no te devuelve lo que tú le das, no te da lo que tú le pides en (para ti) justo intercambio a tu entrega y a tus necesidades, a tus sueños, a tus anhelos, la energía de tu deseo frustrado, bloqueado, se convertirá en un fuego abrasador que te reducirá a cenizas, en un vórtice vertiginoso que te engullirá en el dolor y la amargura...
¿Involución ahora que estás al borde de evolucionar? ¡No!
Siendo que en ese amor depositas tus ansias y esperanzas de liberación, de autoafirmación, de felicidad en un amor vivo y para ti real, te digo: sube un escalón en tu desarrollo como ser humano espiritual. Abandona los dictados de tu mente, las órdenes de los arquetipos socioculturales, la ira y el miedo, la duda y la zozobra que genera en ti la desaparición (temporal) de tu amante libertador, y ten compasión.
Compasión de ti mismo. Compasión de él.
Si la compasión es la forma más elevada del amor, en la compasión te sentirás agradecido por haberte dado a él, y por haberte tomado él. Y viceversa. Os disteis y os tomasteis el uno al otro, y ese acto de entrega compartida, sin esperar nada a cambio, quizás para él haya sido una intensa aventura pasajera, quizás le haya supuesto (de momento) una excesiva responsabilidad, pero para ti ha supuesto la caída de la venda que cerraba tus ojos a tu realidad amorosa.
Si él te entrega lo que esperas de él, vivirás un sueño hecho realidad. Si él no te lo da, no hay problema, puesto que tú no le entregaste tu corazón a cambio de algo. Se lo entregaste a cambio de nada: por puro y simple amor en su grado sumo. Amor a ti. Amor a tu verdad. Y amor a él. Y, con todo, es mucho lo que ese hombre te ha entregado ya: la llave a tu propio interior oculto, encerrado. La llave a tu realización. A tu plena felicidad.
¿Y qué importancia tiene entonces el qué dirán? ¿La posición económica? ¿El metraje de tu futura vivienda, una vez te hayas separado –con respeto, con amor, con compasión- de tu esposa? Cualquier dificultad material que vivas a partir de ahora, reencontrado al fin contigo mismo, será vivida desde tu energía más pura, totalmente desatada: el AMOR.
El resto es, como suele decirse, mera infraestructura.
¡Vive tu fuerza!