Dolores y los lastres (2ª parte).

Llamó de nuevo Dolores transcurrida una semana, y me pidió una consulta rápida acerca de su encuentro con Juan Carlos. La pedí pensara en él, en las horas que pasaron juntos, en las energías que sintió ella al estar junto a él y en las que pudiera haber percibido en Juan Carlos. Sentí entonces, mientras movía mis arcanos, una suerte de hálito balsámico, un soplo suave y apacible que inspiraba alivio. Ligero. Liviano. Casi igual que un beso mudo en la mejilla…

El corte inicial me dio Templanza y Rueda de la Fortuna.

Templanza es comunicación, fluidez interior… El arte de la transformación en su expresión más depurada. Como una alquimia entre opuestos de la que surge el equilibrio, la estabilidad, el poder adoptar una actitud placentera y confiada frente al mundo y sus asuntos.

Rueda de la Fortuna es el símbolo de la totalidad en movimiento: una rueda que gira en plena vorágine de energía, ofreciéndonos dejar atrás las viejas limitaciones para alcanzar una nueva realidad vital en nosotros mismos, sin dejar por ello de ser nosotros mismos. Como una versión propia pero más limpia y libre de miserias y dolores, más discernidora y dotada de un razonamiento claro y objetivo a nivel mental, desde luego, pero también emocional y espiritual.

Extendí mis arcanos sobre su lienzo de lino teñido (gracias, Alicia, por tan hermoso regalo), y allí quedó dispuesta la Cruz Celta respondiendo a Dolores. Es esta Cruz la base técnica del Tarot de Marsella, su sistema operativo más común y extendido. Bien que haya versiones varias sobre ella: dejad que os narre cuál es la que yo utilizo en mi trabajo, al tiempo que os ilustro a Juan Carlos tras su encuentro con Dolores…

Diablo representándole a él en su actual momento; Luna en contra suya o en su entorno; Papa en su disposición anímica y espiritual; Torre como resultado final; Ermitaño a guisa de “toque final” en su tirada, como la dosis precisa de sal en un cocido bien aliñado.

El Diablo situaba a Juan Carlos como hombre consciente de su mundo interior, capaz de percibir la profunda naturaleza de las cosas más allá de lo meramente superficial. Aplicado a su dolorosa experiencia en el ámbito de pareja y familia (pérdida de su esposa e hija, diez años atrás), resultaría víctima de un enquistamiento en su dolor. Es lo que en Tarot Evolutivo denominamos “ataduras psicomateriales”. ¡La experiencia oscura es tan densa, que cobra visos de auténtica materialidad! Y en relación al amor o a los sentimientos que pudiera Dolores despertar en él, actuaría con prevención y miedo a lo desconocido, rechazando cualquier compromiso emocional.

No en vano apareció La Luna en posición contraria a él, y en su entorno. Este arcano simboliza el adentrarse en lo más turbio y profundo del alma humana, para encarar pruebas muy largas y dificultosas. Representa el Reino del Subconsciente, el Cuerpo Emocional del consultante. Quien penetre ese pasaje y lo recorra por completo, alcanzará una nueva vida. Será un peregrinaje por los dominios de lo oscuro, lo desconocido y lo amenazante, pero quien sepa apreciar la seducción y el misterio de La Luna, llegará al siguiente arcano del Tarot: El Sol. El encuentro con el ser. El renacimiento. El cumplimiento de los deseos. Así como a la noche releva el día.

¿Y la disposición anímica y espiritual de Juan Carlos? Encarnada en la figura de El Papa, figura que conoce las leyes celestiales y terrenales, esa disposición suya condensaba el abandono de miedos y reparos gracias a la protección de un maestro espiritual. La infalibilidad celestial del Hierofante imbuía a Juan Carlos de una seguridad aplicable en lo terrenal: la de forjar reflexiones certeras capaces de orientarlo en su recorrido por La Luna de sus dolores subconscientes. En este arcano, la figura del Papa aparece impartiendo su bendición; en la tirada, esa bendición fue recibida por La Luna, situada justo por debajo de la mano del Pontífice (“hacedor de puentes” en latín. Un puente para ayudar a salvar obstáculos).

Por último, como resultado final de la tirada, el arcano de La Torre: la venda que cae de los ojos del alma. La liberación de la confusión. La torre del ego se derrumba, nuestras seguridades y convicciones, malas o buenas, quedan irrevocablemente sacudidas y se nos plantea una “prueba a superar”. Una energía que nos llega del Cielo, desde arriba, desde fuera de nosotros mismos.

-El Cielo no es demostrable-, diréis algunos.

Y os daré la razón, puesto que racionalmente la tenéis. No hay constancia científica de la existencia de ese Cielo y de los personajes que lo habitan. Llamemos “Dolores”, y no Cielo, a esa energía llegada a Juan Carlos desde su exterior. Igual un día escribo de lo poco que conozco de ese “Cielo”, pero cuesta hacerlo con palabras. De momento, quede claro que no importa nada encarnarlo en un Dios tal o un Dios cuál… Hablar de la energía de Dolores basta. Esa mujer es para Juan Carlos una oportunidad de evolución, de liberación y avance.

¿Y la sal de este cocido?

La sal fue El Ermitaño. La soledad. El autoanálisis en profundidad. Respecto a Dolores como mujer, hablaba del distanciamiento de una relación que se vive como problemática. Asociado a La Torre final y en este mismo nivel de interpretación, hablé a Dolores de discusiones, de distanciamiento, de posible ruptura afectiva… El Ermitaño de Juan Carlos alumbraba a su Diablo. El Papa le lanzaba a recorrer su Luna armado con su bendición. La Torre le planteaba una prueba a superar.

-Dolores, has ofrecido tu Luz a ese hombre, y él la ha recibido con sorpresa y con agrado. Déjale ahora tranquilo, dale tiempo a procesar, a reaccionar. No le fuerces. Guárdate tú de todo desencanto. No esperes de él NADA a cambio de tu Luz. Has obrado con limpieza, ahora la pelota está en su campo. Ojalá consiga depurar sus emociones.