Almas gemelas.


En nuestra cultura, nuestra alma gemela representa la “meta final” a la que llegar tras sucesivas etapas o experiencias amorosas kármicas y/o dhármicas, que nos irán “preparando” para el último y definitivo encuentro, sea en esta vida en curso, sea en otra vida futura… Habitualmente, dicho encuentro es sólo posible tras varias reencarnaciones. Es patrimonio, pues, de las “almas viejas” y experimentadas. Vida tras vida, vamos preparándonos para ese ansiado encuentro final, vamos cerrando ciclos, vamos sobrepasándolos y aprendiendo a conocer nuestra más íntima y propia esencia espiritual, a despecho de las circunstancias de la vida terrenal y cotidiana.
En consecuencia, cada ser humano con quien nos vinculemos será un maestro y/o compañero de viaje en nuestra preparación para el encuentro final con nuestra alma gemela, y lo será (y lo seremos) en clave negativa o involutiva o positiva o evolutiva.
A la postre, el encuentro se producirá siempre que confluyan los tres elementos de su particular Tríada Sagrada: el elemento Celestial (o la bendición divina), el Humano (comunión de voluntades entre ambos protagonistas de la unión) y el Terrenal (circunstancias coyunturales propias de la Tierra, como por ejemplo el país en el que vivimos, nuestro círculo social, nuestra escala de valores…). Si el cotejo del Debe y el Haber entre nuestras vidas pasadas y la actual arroja un saldo positivo, contaremos con la bendición divina y lograremos vencer cualquier obstáculo. Siempre, eso sí, contando con el aliento de nuestra propia voluntad y esfuerzo.

Es creencia de uso que, si bien puede haber varias almas afines, sólo tenemos una única alma gemela. Para reconocerla, invoquemos al filósofo Platón, padre del concepto del amor platónico:

“De todos los dioses, el amor es el más amigo de los hombres y su mejor médico, pues sólo él es capaz de curarles de su mayor mal que no es otro sino la pérdida de su naturaleza originaria”.

Esa “naturaleza originaria” es la contenida en el mito del andrógino: al principio, el ser humano era lo femenino y lo masculino unidos en un solo cuerpo. Ebrios de soberbia y creyéndose parejos a los dioses, los seres humanos andróginos se instalaron en el Monte Olimpo, residencia de los dioses, con la demanda de alcanzar la gloria divina que creían merecer. En castigo a su soberbia, Zeus los devolvió a la Tierra tras separar sus dos mitades corporales, condenadas desde entonces a vagar por el mundo hasta encontrar cada cual a su par.
A su alma gemela.
Bien. Esa es la teoría platónica. La espiritual, en cambio, nos habla de vibración sutil o densa, según sea nuestra alma proclive a la entrega o no. A más dominio egoísta del ego, mayor densidad de nuestra vibración, y viceversa. Suponiendo que nuestra alma sea un sonido, una onda acústica, nuestra alma gemela será aquella que vibre en nuestra misma amplitud y frecuencia. Así las cosas, dependiendo de nuestra densidad vibratoria, estaremos preparados para “amar” en un grado u otro de elevación espiritual. Y si alcanzamos la posesión de un nuestro acorde sutil y le aunamos el acorde igualmente sutil de otra alma, la magnificencia del nuevo acorde resultante de dicha unión será elevadísima, superior, magnífica...
Inefable.
Pero… Como nuestra condición homínida nos ha impuesto la creación del arquetipo cultural de la monogamia, impera entre nosotros la idea platónica de una única alma gemela. Una elaboración más “refinada” de ese arquetipo de la monogamia lo tenemos en el ideal romántico del amor, o en el anterior caballeresco. Pensad, en cambio, que nuestro alcance espiritual sería demasiado pobre si sólo pudiese circunscribirse a una única alma de idéntica vibración sutil a la nuestra. El objetivo final de nuestro desarrollo espiritual, la Arcadia inalcanzable (o no), sería la de total comunión vibratoria de todas nuestras almas en un Big-Bang de amor humano, energético y espiritual.
Esto es: reconocer que todas las almas del mundo están llamadas a ser gemelas, están llamadas a ser sutiles.
¡Tiempo al tiempo!
De momento -arquetipos obligan-, el tema del alma gemela lo consideramos como una relación en la que sólo dos seres humanos encuentran su propia alma en sí mismas y en el otro al unísono. Sea como fuere, lo cierto es esto: lo que uno siente cuando se encuentra con su alma gemela es totalmente indescriptible y maravilloso. Este encuentro marca un antes y un después para ambos implicados, y los hace partícipes de un sentimiento tan extraordinario e inefable, que no puede describirse con palabras. Resulta casi imposible describirlo a quienes no la han vivido todavía. Es un amor más allá de toda dimensión.
Imagínate por un momento ante un desconocido cualquiera. Puede ser en tu trabajo, en el aeropuerto de un país lejano o en cualquier otro lugar. Alguien está ahí, aparece ante ti y vuestras miradas se cruzan por un instante. Percibes una densísima carga energética, un vuelco al corazón, un pálpito… Esa persona desconocida te resulta extrañamente familiar. Confías en que así es. No hay razonamiento entre vosotros. Hay intuición. Ambos sabéis que vuestras almas vibran en un mismo y elevado plano.
La relación entre almas gemelas encarna el más puro amor, más allá de toda necesidad o dependencia del ego. No hay arquetipos lastrando a esas dos almas. No existe jamás el menor atisbo de competencia. Todo entre ellos es solidaria cooperación para el goce y el crecimiento mutuo y compartido. La entrega es total, no hay ni miedos ni reproches ni condiciones. Si el sentimiento es el lenguaje de nuestra alma, el idioma que hablan las almas gemelas es tan idéntico como elevado y sutil.
Esa comunión se articula en el plano energético a través de nuestros siete chacras principales. Cuando dichos siete centros energéticos del ser humano están abiertos y sanos y armonizan plenamente con los de otro, cuando la sintonía es plena entre ellos, se alcanza la Cumbre del Amor. Desaparecidas las personalidades del ego, ambas almas podrán entrelazarse en un abrazo integral y empezarán a fluir sus energías vitales, amalgamándose en una nueva más potente y pura: una suerte de Fuego Sagrado que les procurará la dicha de la plena realización humana en clave espiritual. Esa energía fluirá a raudales aún más intensos si cabe cuando, una vez desnudos los cuerpos de toda linde entre ellos, se engarcen en la máxima expresión posible de comunión humana: a través de los órganos sexuales. Lingam y Yoni, pues, ultiman esa conexión íntima entre almas. Y las energías puras de ambas fluyen del uno al otro, de él a ella, de ella a él, de él a él, generando una única entidad compartida en la que las personalidades desaparecen y sólo hay espacio para el goce energético del Amor mayúsculo correspondido.
Armonía absoluta, pues.
Amor en la cumbre.
Y recordad: el objetivo final de nuestra especie es lograr que el número de almas capaces de vibrar en la misma (y elevada) sintonía sea sin límite conocido (como de hecho es, en potencia al menos).