Energías espirituales.


En este Universo en el que habitamos, ninguna energía se crea ni se destruye, sino que simplemente se transforma. Este principio es comúnmente aplicado al mundo de la materia perceptible a través de los sentidos físicos: esto es, a todo lo captable material y racionalmente.
Sin embargo, si aplicamos ese principio a la realidad de nuestra muerte física, cabe preguntarse ¿a dónde va esa energía vital nuestra una vez fallecemos? ¿Se pierde? ¿Desaparece? ¿Se transforma? Y si es así, ¿en qué y hacia dónde?
No vamos aquí a plantear respuestas a estos interrogantes, pero sí que los vamos a aprovechar para narrar la existencia de un sistema energético humano imprescindible para la existencia del cuerpo físico. Un sistema energético no físico que gestiona la existencia de nuestra fuerza vital o prana, y que se compone de tres partes fundamentales, a saber:
1) Los cuatro cuerpos energéticos o cuerpos inmateriales y sus auras correspondientes.
2) Los siete centros energéticos o chacras.
3) Los canales energéticos o nadis.
Prana, palabra sánscrita traducible como “energía vital absoluta”, “principio vital” o “aliento de vida”, (o incluso “alma”, en el caso del ser humano), es la potencia activa que origina todos los procesos vitales de todos los seres vivos del planeta que habitamos. Se trata, pues, de una fuerza vital universal, indestructible incluso tras nuestra muerte física, pero muy altamente contaminable por los lances propios de la vida. Se manifiesta en múltiples realidades físicas como el calor, el tono muscular, el fluido nervioso y -acaso el más importante-, la respiración…
El plano de consciencia de cada forma terrestre viva depende de la frecuencia del prana que absorba y almacene. En la Tierra, nuestra especie es la forma viva que absorbe las frecuencias más altas de prana. Pero como somos duales, la frecuencia pránica absorbida desde nuestro componente homínido será siempre más densa y baja, más primaria, que la absorbida por nuestra parte humana.
En este sistema energético nuestro, los chacras (en sánscrito, “rueda” o “•círculo”) son una suerte de centros receptores, acumuladores, transformadores y distribuidores de las diferentes frecuencias del prana, mientras que los nadis (palabra sánscrita traducible por “arteria” o “tubo”) son como arterias intangibles que distribuyen el prana entre los chacras y los cuerpos inmateriales. Así pues, todo ser humano, compuesto de cuerpo y mente (realidades tangibles) dispone de centros de control (chacras) de su energía vital (prana) y de canales de distribución de dicha energía (nadis).
Veamos ahora los cuerpos inmateriales, a saber: el etérico, el emocional, el mental y el espiritual.
El cuerpo etérico, “cuerpo físico interior” o “doble etérico”, se corresponde de manera casi mimética con nuestro cuerpo físico. Nace y muere con cada uno de nosotros, y sirve de enlace con los cuerpos emocional/astral y mental, a los que nutre de todas las informaciones recogidas a través de los sentidos corporales. Este cuerpo etérico conecta energéticamente con dos fuentes básicas de energía terrestre, a través de dos chacras: la energía del Sol a través del chakra del plexo solar, y la de la Tierra a través del chacra basal. A través de los nadis y del resto de chacras, dichas energías fluyen de manera constante para nutrir el cuerpo físico. Un bloqueo en el cuerpo etérico, y nos sentiremos débiles orgánicamente e indiferentes emocionalmente. Un cuerpo etérico equilibrado, bien nutrido, nos generará en cambio una fuente de irradiación o aura energética que nos envolverá en un manto de protectora energía vital.
El cuerpo emocional o astral es la sede del carácter, emociones y sentimientos. Su aura tiene forma ovalada y recubre el cuerpo físico como una nebulosa de colores irisados que cambia constantemente de aspecto en función de cada experiencia emocional vivida y gestionada a nivel energético por los chacras (especialmente por el tercero, el del plexo solar). Colores oscuros y densos para angustias y opresiones, claros y transparentes para amores y alegrías.
Si este cuerpo emocional almacena experiencias no liberadas, éstas nos acompañarán en cada sucesiva reencarnación, determinando la visión de la realidad de nuestras vidas actuales. Serán estructuras emocionales inconscientes, e influirán en nuestra vida actual a despecho de lo que determinemos desde la mente consciente.
El cuerpo mental es el portador de lo racional e intuitivo: ideas y pensamientos. Su función originaria, y sin embargo la más desvirtuada en nuestra sociedad, es la de recoger y procesar racionalmente las Verdades Universales llegadas a través del cuerpo espiritual, actuando de enlace entre éste y la vida cotidiana. De este modo, el ser humano llega a ser capaz de vivir su vida del modo más ajustado posible respecto a esas Verdades. De un cuerpo mental que actúe así se dice que “vibra en octava mayor”. Esas “Verdades” son las que nos hablan del origen y destino de nuestra existencia, del verdadero sentido de nuestra vida. Cuando el cuerpo mental se abre al espiritual, todas nuestras acciones pasan a ser conducidas por nuestro yo superior: el que se abre al Amor Universal. Buscad a ese yo superior en lo que os inspira un recién nacido y entenderéis de qué va esto: un amor inocente y puro, a salvo de todo condicionamiento negativo acumulado a lo largo de la vida.
En cambio, apenas utilizamos la mente en ese menester, sino que pensamos en baja frecuencia (octava menor), siguiendo formas mentales ya creadas que generan hábitos e inercias muy áridos emocionalmente. Vivimos muy sujetos a la linealidad del entendimiento racional de nuestra época, muy centrados en nosotros mismos y envueltos por una coraza que nos aísla del exterior. Repetimos conductas, rechazamos cambios y nuevas ideas, nos anquilosamos en lo material y acumulamos infelicidad.
El cuerpo espiritual es el más humano de todos nuestros cuerpos energéticos, pues el hecho de ser el que mayor frecuencia de vibración posee lo convierte en el que más nos distingue como la especie terrestre que somos. Es nuestro único cuerpo inmortal, y en él reconocemos nuestra parte “divina”: el auténtico origen, destino y sentido de nuestra existencia. Para beneficiarnos de su esencia, no es necesario desarrollar una conexión consciente con él al extremo de un iluminado. Basta con abrirnos a sus frecuencias menores para experimentar una gozosa unidad interior con la vida entera en clave de amor, de comprensión, de serena sabiduría. La percepción consciente de la energía de este cuerpo depende en gran medida del estado y desarrollo de nuestros chacras. Lo interesante es que basta con acceder a las vibraciones más bajas de este cuerpo –y, por ende, las más “asequibles”- para bañar de su energía a los cuerpos emocional y etérico, con lo que nuestra vida cotidiana alcanzará una radiante y equilibrada armonía.
Conectar con el cuerpo espiritual nos llevará siempre a reconocer nuestro “yo superior”, que no es sino lo que llamamos “alma”. Alma inmortal, sin límites espaciales ni temporales. Alma que nos conecta con realidades inexplicables e inentendibles desde nuestra condición humana, pero imprescindibles para ella: la existencia divina, su esencia, sus contenidos y significados. Actuando así, viviremos una férrea unidad interior, a salvo de bloqueos energéticos y en contacto permanente con nuestro yo superior. Lo cual es plenamente compatible con una existencia bien anclada a la “normalidad de lo cotidiano”. ¡Y otorga una felicidad a prueba de bombas!