El poder del poder.


En nuestra sociedad actual, uno de los valores más en boga es el de la adquisición de poder. A más poder ostente un ser humano, más bienes materiales podrá adquirir. Y esos bienes materiales, hoy en día y aquí en nuestro mundo, suponen más felicidad y autorrealización. Como importa más el tener que el ser, y como se es según se tenga, si queremos ser valorados necesitamos adquirir más poder, pues cuanto más poder tengamos, más bienes materiales podremos obtener, así como más valoración propia y ajena. Nuestra ascensión a las altas cumbres de la valoración social vía materia poseída parece, pues, no tener freno.
Y es que en España (vamos: en occidente en general) hemos convertido la riqueza material en objetivo “por derecho” de nuestro inviolable derecho a la libertad. Entendemos por libertad la ausencia de obstáculos para cumplir nuestros deseos individuales y ser felices. Y como somos libres para ser felices, ¡ya está la confusión servida! De quien la felicidad dependa de “poseer poder para poseer bienes materiales”, no podemos afirmar que luche por su (inviolable) libertad, sino que por su (punible) deseo de mayor poder, caiga quien caiga y sufra quien sufra.
Así las cosas, muchos de quienes se dedican hoy día a la política proclaman estar propulsados hacia el poder por el motor de servir al beneficio colectivo desde las instituciones del Estado democrático. Pero al parecer, y visto lo visto, una vez obtenido ese poder, el ya dirigente no se preocupa tanto por el bien de la polis como por el bien de su ego. Y su ego habita en su bolsillo. En su cartera. En sus cuentas corrientes.
Así explicaríamos, por ejemplo, que cierto ex ministro vetase la compra de nuestra eléctrica Endesa por parte del grupo alemán Eon en aras del bien común de los españoles, y que a los pocos días se ultimase su adquisición por parte del grupo italiano Enel… ¡en donde trabaja ahora como asesor con un sustancioso sueldo de 10000 euros mensuales!
Esto es “un ejemplo más” de la aplicación de este razonamiento: “Tengo libertad para obtener mi riqueza material, fuente de mi felicidad; tengo poder para obtener esa riqueza material. Puedo, pues, ser feliz. Y los demás, ¡que se j…!”.
Traigo a colación a este individuo por sorteo a mano ciega entre una lista de 25 candidatos a arquetipos de prohombre político del siglo XXI. Si vieseis la lista… El que no es ladrón es lerdo, o ambas cosas a la vez. Pero en fin… Los ejemplos de esta absurda carrera por el poder por parte de políticos al servicio de la comunidad son muchos. El salario mínimo interprofesional está ahora en 624 euros mensuales, y para jubilarse con el 100% de la pensión cabe cotizar un total de 35 años… Un diputado, en cambio, y en aras del poder que ostenta, percibe mensualmente 3.996 euros, y con dietas y otras mandangas alcanza los 6500 euros al mes. ¡Y le bastan 7 años cotizados en el cargo para cobrar la pensión completa!
Bien. ¿Y por qué lo permitimos?
Como lo importante en política parece ser más la apariencia que el resultado, más el continente que el contenido, y como es tanto el valor de la imagen pública de un dirigente político, ésta se convierte en salvaguarda de quien la ostenta, a despecho del valor intrínseco y real de su actuación como hombre público. Una vez más, respetamos a quien ostenta el poder más por su imagen que por sus resultados en el ejercicio de dicho poder.
Y es que repito: el valor de un ser humano ya no es un atributo intrínseco que se posee por el mero hecho de ser, sino que por el de tener. Hemos así perdido la dignidad de ser, extraviada en las veleidades del mercado de valores… No en vano quienes han salido a la calle a protestar por la situación económica del país se autodenominan “indignados”. Han perdido su dignidad como ciudadanos, y no están (estamos, de hecho) conformes. E indignados están muchos millones de conciudadanos, aunque no salgan a la calle ni peinen rastas.
En resumen: fama, dinero, influencia… Ese es el objetivo de quienes creen que, sin poder, no somos nada. Sólo el poder les aporta la seguridad que tanto anhelan como seres humanos: el poder del dinero.
Sustentar la búsqueda de la felicidad sobre el dinero, la riqueza y el poder genera frustración. No a bote pronto, quizás, entre quienes ya son ricos a costa de la masa social, pero sí desde luego en esta.
Desde el Tarot Evolutivo aportamos nuestro granito de arena para, al menos en lo espiritual, cubrir los vacíos existenciales a que nos aboca nuestro (absurdo) sistema de vida.
¡Estamos en ello!