La Tríada Sagrada.


Muchos de mis consultantes y amigos (especialmente los sitos en Argentina) me piden que escriba sobre la “Tríada Sagrada”, expresión ésta que utilizo en ocasiones. Estos días sigo de retiro y limpieza, por lo que he tenido tiempo para ponerme al día con vuestras preguntas y consultas no materializadas en tiradas de mi Tarot Evolutivo.

Vamos allá, pues…

Una Tríada, en origen, simboliza una suerte de perfección basada en el equilibrio y la totalidad. En las tradiciones místicas, por lo general, el Uno es el símbolo de lo no polar ni divisible, de la unicidad más allá de toda seriación conocida por el hombre (cuyo ejemplo o modelo cotidiano se basa en la diversidad de su mundo). Dos es, en cambio, el primer símbolo de la polaridad y la primera base que rige nuestra realidad humana, tan ebria de contrastes. Así, hablamos desde antiguo de día-noche o Sol-Luna para designar la polaridad temporal; arriba-abajo o derecha-izquierda para la espacial; masculino-femenino para la del Reino animal, al que pertenecemos; Bien-Mal para la polaridad moral; Ying-Yang para la energética, etcétera. Las combinaciones y nomenclaturas de clasificación son muchísimas, cito las que cito para hacernos una idea y seguir avanzando en el tema que nos ocupa…

Podemos apreciar que esa dualidad representada en la Díada (pareja de dos seres o cosas estrecha y especialmente vinculados entre sí) conlleva, forzosamente, la existencia de un punto medio, lo que origina el concepto de “Tríada” en su estado más primigenio. En palabras de Aristóteles, la Tríada abarca principio, medio y fin, lo que da idea de la existencia de un proceso de movimiento y evolución/involución constante. Así, el día progresa hacia la noche a través de la tarde; el Bien se mueve hacia el Mal o viceversa siguiendo un recorrido evolutivo o involutivo, respectivamente, y así sucesivamente con toda Díada que se nos ocurra tener en consideración.

Volvamos a las Tríadas. Éstas aparecen en todos los niveles de la vida religiosa y en las más distintas y distantes tradiciones místicas de todos los tiempos. Hoy escogeremos una: la Gran Tríada del budismo chino, cuyo origen dormita en el taoísmo.

Empezaremos con un breve apunte sobre numerología taoísta, para ir afinando el tiro. En el taoísmo, los números pares son llamados terrestres y pertenecen al Ying (lo femenino, oscuro y lunar); el primer número par es “2” y representa a la Tierra. Los números impares son llamados celestes y pertenecen al Yang (lo masculino, luminoso y solar), siendo “3” el primer número impar, y que representa el Cielo.

“1”, el primer número de la notación matemática e impar, no es ni Ying ni Yang, porque representa la Unicidad creadora, anterior al Cielo, a la Tierra y a la Creación misma. Se trata de la Unidad Trascendente (o Tai-Ki), de donde procede todo lo creado El número “0” (Wuji) representa en cambio el Vacio, la nulidad, el no-ser. El principio y el fin.

En el taoísmo, manantial que irriga el fértil campo del budismo chino, el simbolismo de la Gran Tríada que nos ocupa tiene un rango de segundo grado. La Tríada de primer grado es para la Tríada Sagrada formada por los complementarios Cielo (Tien) y Tierra (Ti), y por la unidad trascendente (Tai-Ki).

Es decir: Tai-Ki, Tien, Ti. Dios-Cielo-Tierra.

La Tríada de segundo grado o Gran Tríada está compuesta por los complementarios Cielo y Tierra y un nuevo agente, viejo conocido nuestro: ¡el ser humano!

Aquí lo tenemos: Tien, Ti, Jen. O sea: Cielo (lo trascendente y espiritual); Tierra (lo inmanente y material) y Ser humano (como hijo de ambos).

Pero también, en su designación más clásica: Tien, Jen, Ti. Esto es: Cielo (lo trascendente y espiritual)-Ser humano-Tierra (lo inmanente y material). Esta versión nos sitúa a nosotros, mortales de necesidad respecto a la Tierra pero inmortales por energía respecto al Cielo, como intermediarios entre el Cielo y la Tierra. Buscando unir nuestra esencia celestial con la sustancia terrenal. No podría ser de otro modo, puesto que del Cielo (Yang, masculino, luminoso y de orientación izquierda) y la Tierra (Ying, femenino, oscuro y de orientación derecha) provenimos nosotros, nuestra especie propia. Bebemos de ambas aguas.

La humanidad, pues, como hija y como intermediaria del Cielo y de la Tierra. En cualquier caso, siempre a mitad de camino entre lo homínido y lo humano. Siempre fiel a la materialidad concreta sobre la que andamos y a la llamada del mundo espiritual hacia el que nos orientamos. Y aquí invocamos el noble espíritu del Libre albedrío, una vez más. Cada cual de nosotros hace de su capa un sayo al respecto, o está en ello, cuando menos. De la actitud de cada uno depende el acercarse un poco más, vida a vida, a las estrellas, o el hundirse en las profundidades de la tierra, en su oscuro averno homínido.

¡Atención! No se moleste o escandalice nadie por estas seriaciones ni las califique de “sexistas”, pues cada uno de nosotros, independientemente de su entrepierna diferencial homínida, posee energías espirituales de ambos lados Ying y Yang. Ahora bien, el principio taoísta es el que es, y cuando fue enunciado no se hizo buscando primar al macho sobre la hembra. Ambos son opuestos, sí, pero indefectiblemente complementarios. Los conceptos que manejamos se mezclan entre sí, las nomenclaturas dejan siempre un cierto espacio para manejarlas desde una u otra intención… Mirad: el Sol es energía cálida y masculina, como la bomba atómica. Pero esta es, en cambio, destrucción masiva. La Luna es energía fría y femenina, pero es también mágico misterio, profundo, insondable misterio…

La importancia de la Tríada Sagrada es que "evidencia la existencia" de un Camino de Perfección para el ser humano. Básicamente, trascender lo homínido (las apetencias sensuales de la vida cotidiana y sus derivaciones hacia excesos en defensa del cumplimiento de dichas apetencias de manera desmedida) y progresar en lo humano (lo humano nos lleva al Cielo, a la Paz, a la Bondad, a la Limpieza). No pido ascetas, pues la tierra está pletórica de sensualidades y apetencias que, bien llevadas, hacen del planeta una suerte de Paraíso. Pido seres consecuentes con el progreso que debemos ir cumpliendo, sin prisa pero sin pausa, para alcanzar la felicidad más limpia y máxima posible.