Una mujer que llora (1ª parte).

Una mujer llamó presa del lloro. Pidió entre disculpas y suspiros saber acerca de la muerte de otra mujer que permanecía ingresada en un hospital. Pedía conocer cuándo se produciría su tránsito hacia el otro lado. Cualquiera que ese "otro lado" sea, el Tarot no permite preguntar por él y, sin embargo, yo lo hice. Cuando pude ser consciente de mis actos, los arcanos estaban extendidos sobre mi mesa, susurrando “morirá antes de agosto”. Se lo dije a ella y al decírselo pensé que, segundos antes, mientras barajaba mis cartas, había estado diciéndole que ese tipo de cuestiones no se deben plantear en Tarot. Y, en cambio, yo lo había hecho. Podría decir que mis manos ejercieron su función de manera natural, sin que mi mente hubiese intervenido para impedirlo porque, de algún modo, por alguna razón, no era necesario que lo hiciese…

Era aquella mujer, según me explicó a continuación mi consultante, una anciana a su cuidado. Esperaba a su muerte para poder buscar a otra anciana a quien cuidar, pues esa era, me dijo, su única fuente de recursos monetarios: cuidar ancianos. Me habló de su situación económica y rompió a llorar de nuevo. Los hijos de la anciana le debían tres meses de sueldo. Pedimos por ello y el resultado fue que cobraría en breve todo su dinero. Pedimos por su trabajo futuro y resultó que podría perder una buena ocasión hacia el verano, pues estaría muy dolida por la muerte de su cuidada… En todo caso, entre noviembre y febrero iba a estar de nuevo ocupada.

Entonces la propuse una tirada acerca del estado de sus energías. Podríamos así determinar cuál era su modelo primordial como ser humano. Usaríamos los arcanos como un mapa que describiese su viaje hacia el autoconocimiento y, de ahí, hacia la autorrealización. Investigaríamos su arquetipo fundamental y podríamos luego pedir por su corrección, de manera que lograse hallar una vía hacia la felicidad o, como poco, hacia el sosiego emocional.

Aceptó, conecté y este fue el resultado de su Cruz Celta…

En representación suya, La Papisa. En contra, La Justicia terrenal. En su disposición emocional, La Luna. El resultado final, El Ermitaño. Como suma del total, La Fuerza. Tirada resuelta en sólo cinco cartas. Un mensaje claro y contundente, tan rotundo como un puñetazo rabioso contra la pared.

Y sí, el conjunto componía un poemario de angustias, un catálogo de lastres, una auténtica oda al auto encierro en penas y cuitas: dolores de origen antiguo, rémoras acumuladas a lo largo de los años que generaban dolor y miedo, inseguridad y dudas… Como una casa abandonada: cristales rotos, muebles desvencijados, cascotes y polvo, un jardín poblado de malas hierbas y reptiles… ¡Nadie podría vivir tranquilo en una casa así! Y, sin embargo, ese era su hogar interno, el espacio en el que habitaban sus energías.

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